Nano y Bela no van a olvidarlo en mucho tiempo.
Especialmente Bela que estaba aprendiendo a confiar en el ser humano.
Ahora Bela vuelve a esconderse debajo de la
mesa o detrás de las sillas, a sobresaltarse por cualquier ruido, a no querer que la toquen o incluso a negarse a pasear por donde, un día antes, iba
con su rabito bailarín y en alto.
Era la hora de
salir a por el pan, sobre las tres, y el primer paseo del día. En el camino de
vuelta, nos cruzamos con un joven, alto,
delgado, con la capucha de su sudadera blanca en la cabeza, y una bolsa de
viaje sobre los hombros. Era natural de Senegal. Fueron unos segundos, pues
inmediatamente se dio media vuelta y como si se tratara de golpear a un balón, le
asestó una patada a Nano en la cabeza. Me paré y perpleja e indignada
protesté… se vino hacia mí y en sus ojos vi que yo sería la siguiente; me puse
a gritar y tal fue el golpe que recibí que salí despedida de la acera cayendo
sobre el capó blanco de un coche estacionado, golpeándome la cabeza contra el
limpiaparabrisas.
Crucé la calle
aterrorizada, llorando y gritando con Nano y Bela cada uno a un lado, ellos son
perros pequeños y tranquilos. Unas abuelitas con unos niños que estaban en la acera de enfrente y que habían
presenciado todo, no hacían más que pedir que alguien llamara a la policía, que
estaban pegando a una mujer…. Crucé rápido la calle y me refugie detrás de
ellas y entre sollozos protesté. Vino a por nosotros de nuevo; cruzó la calle; las abuelitas y los niños se
disiparon; el senegalés soltó su bolsa
de viaje y… Recuerdo sus ojos llenos de
ira y rabia que no dejaban de mirarme; lloraba y gritaba, no puede parar las patadas que le volvió a
dar a Nano, después a Bela, y luego…. otra vez a mí. Horrorizada y sola vi que
ese joven enloquecido no sabía qué
hacer, si volvería a golpearme de nuevo
o si se marcharía……
No recuerdo
cómo, pero llegó Marco, un italiano y sin trabajo; retuvo al agresor sin
dejarle marchar; le gritaba una y otra vez que era un cobarde por pegar a una
mujer, que no se iba a ir de allí hasta que llegara la policía. "No todos somos como tú",
decía Marco, "no todos los inmigrantes somos igual que tú". Un grupo
de hombres, conocidos de Marco rodearon al agresor impidiéndole que se marchara;
los minutos hasta que llegó la policía se hicieron interminables. Llevaba mi
móvil, pero fui incapaz de dar con el teclado, para llamar al 091, aunque si
pude llamar a casa. Llegó mi pareja y allí estuvo, frente al agresor, para que
no se fuera y esperando a que llegara la Policía.
Los jóvenes que
habían salido del colegio se paraban en la otra acera a mirar; los vecinos y
algunas administrativas de la sede del PSOE asomadas a sus ventanas miraban,
miraban, como si padecieran el síndrome de Kitty: no hicieron nada.
Marco se quedó
hasta el final con nosotros; llegó la Policía Local, se llevaron al agresor y
tomaron nota de lo sucedido. Marco les contó todo lo que había visto y se
ofreció a ser testigo.
No todos los
hombres son iguales, no. Fueron
hombres los que retuvieron al agresor hasta la llegada de la Policía; a todos
ellos, Gracias. Doy las gracias a mis compañeros de trabajo que supieron de
esta desgracia y me ayudaron en lo que
pudieron, gracias, Fernando, Javier, Agustín, que no pudo más que decir… “Qué
friki, qué friki, pero qué friki, el senegalés”.
Estos
hechos ocurrieron el 15 de marzo del 2016
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